lunes, 25 de mayo de 2015

Conceptos e información relevante sobre los cantos VI y XXII de la Ilíada

Curso de Literatura - Prof. Cecilia Pouso (2°BD)
Material de apoyo – Exposiciones sobre los cantos VI y XXII de la Ilíada

La importancia de las honras fúnebres en el mundo homérico.

La antigûedad entera estaba persuadida de que sin la sepulture el alma era miserable, y que por la sepulture adquiría la felicidad eterna. No bastaba con que el cuerpo se depositara en la tierra. También era preciso observar ritos tradicionales y pronunciar determinadas formulas. Sin estos ritos las almas permanecían errantes y se aparecían a los vivos. De hecho, se temía menos a la muerte que a la privación de la sepultura.

El Hades o reino de los muertos.

Se trataría de una región donde todas las almas, lejos de su cuerpo, vivían juntas y donde se discernían penas y recompensas, según la conducta que el hombre había tenido durante su existencia.

Nobleza y areté.

“Paideia” del hombre griego (educación, formación): la educación es una función tan natural y universal de la comunidad humana que, por su misma evidencia, tarda mucho tiempo en llegar a la plena conciencia de aquellos que la reciben y practican. Su contenido es en todos los pueblos aproximadamente el mismo y es, al mismo tiempo, moral y práctico. Así se observa entre los antiguos griegos, en forma de mandamientos tales como: honra a los dioses, honra a tu padre y a tu madre, respeta a los extranjeros. En parte consiste en una serie de preceptos sobre la moralidad externa y en reglas de prudencia para la vida, transmitidas oralmente a través de los siglos; en parte, en la comunicación de conocimientos y habilidades profesionales.
De la educación, en este sentido, se distingue la formación del hombre, mediante la creación de un tipo ideal íntimamente coherente y claramente determinado. La educación no es posible sin que se ofrezca al espíritu una imagen del hombre tal como debe ser (el “ideal”).
La historia de la formación griega –el acaecimiento de la estructuración de la personalidad nacional del helenismo, de tan alta importancia para el mundo entero- empieza en el mundo aristocratic de la Grecia primitiva con el nacimiento de un ideal definido de hombre superior, al cual aspira la selección de la raza.
El concepto de areté es usado con frecuencia en Homero, así como en los siglos posteriores, en su más amplio sentido, no solo para designar la excelencia humana, sino también la superioridad de seres no humanos, como la fuerza de los dioses o el valor y la rapidez de los caballos nobles. El hombre ordinario, en cambio, no tiene areté. Este es el atributo propio de la nobleza (los aristoi).
En Homero una característica esencial del noble es el sentido del deber. La fuerza educadora de la nobleza se halla en el hecho de despertar el sentimiento del deber frente al ideal, que se sitúa así siempre ante los ojos de los individuos.
Dentro del grupo de nobles que se levanta por encima de la masa, hay una lucha para aspirer la premio del areté. La lucha y la victoria son en el concepto caballeresco la verdadera prueba del fuego de la virtud humana. Originalmente el término significó destreza guerrera, luego adoptará otras virtudes espirituales como parte de su caracterización. Por ejemplo, el honor se encuentra estrechamente relacionado con el areté.
En cierto modo es también posible afirmar que la areté heroic se perfecciona solo con la muerte física del héroe. Si bien se encuentra en el hombre mortal, se perpetúa en su fama, es decir, en la imagen de su areté, aún después de su muerte.

Situación central del canto XXIV: muerto Héctor, Aquiles intenta saciar el odio a su enemigo, arrastrando por el polvo su cadáver. Príamo y Hécuba, por su parte, padecen con desesperación la muerte de su hijo. El anciano “tenía en la cabeza y en el cuello abundante estiércol que al revolcarse por el suelo había recogido con sus manos.” El gesto resulta doblemente simbólico: actitud ancestral del doliente (los judíos realizan su duelo sentándose únicamente en el suelo durante siete días), y a la vez duplicación, se inflige al cuerpo del padre vivo el mismo daño de que es objeto el cuerpo del hijo muerto. Cuerpo muerto, pero, sobre todo –he aquí lo insoportable- cuerpo ausente. Y es que el tema del canto, en la doble modulación homérica del espacio olímpico y humano, es la recuperación del cadáver de Héctor. Antes de que se resuelva en el terreno humano, la necesidad de que Aquiles devuelva el cadáver para que reciba las debidas honras fúnebres se asume como exigencia en el mundo de los dioses, y Zeus convoca a Tetis para que trasmita el mensaje a Aquiles: “Dile que los dioses están muy irritados contra él y yo más indignado que ninguno de los inmortales, porque enfureciéndose retiene a Héctor en las cóncavas naves y no permite que lo rediman; por si, temiéndome, consiente que el cadáver sea rescatado. Y enviaré la diosa Iris al magnánimo Príamo para que vaya a las naves de los aqueos y redima a su hijo...” Es que el mandato de sepultura está inscrito en las leyes divinas, según predica Sófocles en “Antígona”, cosa que también sabe Aquiles. Este “saber” revelado en el sueño en que, según se nos relata el Canto XXIII, se le presenta el alma de Patroclo, el amigo amado cuya muerte ha estado llorando Aquiles, diciéndole: “¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? (...) Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas, y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades.”
Es necesario comprender la importancia del ritual de sepultura en la cultura griega, lo mismo que hoy en día, la necesidad de realizar el acto ritual de sepultura para que el acto simbólico del duelo tenga lugar en la psiquis de las personas. Por eso, la imposibilidad de dar satisfacción a esa necesidad desemboca en la proyección invertida de su angustia por parte del doliente, que atribuye al alma del muerto el destino de vagar sin descanso, lo que en realidad es la condena (ser “un alma en pena”) sufrida por los vivos: la imposibilidad del propio descanso, ante el fantasma del muerto no debidamente llorado. Hace falta sepultar el cadáver después de haber saciado el ansia de llanto, como les sucede a Príamo y Aquiles, para que los fantasmas dejen de ser los perpetuos desterrados a orillas del Aqueronte. Es en ese sentido profundamente simbólico el mito, presente en tantas culturas, del río que debe atravesar el alma para llegar a “la otra orilla”. Existiría así la percepción de un tiempo “peligroso” (previo a la sepultura), entre el alejamiento de los vivos y el tiempo sagrado de unión con los ancestros, que se espacializa en el cruce de las aguas separadoras. Desde esta perspectiva, el ritual de sepultura dramatiza esa separación imperiosa expresada en el mito. Es a esa necesidad que responde el acto “insensato” de Príamo, que se arriesgará, contra toda lógica de prudencia humana, a presentarse en el campamento enemigo, ante el propio Aquiles, a suplicar la devolución del cadáver de su hijo. Claro que ese acto está refrendado por la voluntad de Zeus y amparado por la protección de los dioses, y sólo esa podría ser la justificación homérica de tal osadía por parte de un padre desesperado, y de tal receptividad por parte del enemigo odiado. Y así, contra el ruego de todos los suyos, solo con la compañía de un anciano, llevando en el carro el tesoro que ofrecerá como rescate, Príamo llegará sin ser visto, a la tienda de Aquiles. Ese encuentro es, en su intensidad, una escena que conmueve al lector. En el silencio de la noche, “El gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquiles, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos.” Con el trasfondo del estupor que causa su presencia, Príamo dirige su ruego a Aquiles, recordándole a su padre, que, como el propio Príamo, padece los males de la vejez y la lejanía del hijo. Sólo que, a diferencia de aquél, Príamo ha perdido en la guerra a casi todos los cincuenta hijos que diferentes mujeres dieron a luz en su palacio, y ahora ha venido a rogar por aquel “que era único para mí y defendía la ciudad y a sus habitantes”. “Respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; yo soy aún más digno de compasión que él, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos.” Es necesario el valor de un corazón “de hierro”, como dirá Aquiles admirado, para cumplir el gesto ritual del suplicante, abrazar las rodillas y besar las manos de aquel que le ha infligido uno de los peores males que pueden sufrirse: la muerte de un hijo y la ofensa de su cadáver.

Bibliografía de consulta:

- De Coulanges, F. La ciudad antigua. Estudio sobre el culto, el derecho, las instituciones de Grecia y Roma. Madrid, Daniel Jorro Editor, 1920.|
- Jaeger, W. Paideia: los ideales de la cultura griega. México, Fondo de Cultura Económica, 1933.
- Morón, V. “Los avatares del duelo. Encuentro de Príamo y Aquiles”. APLU, 2015.